Caballo Viejo de Simón Diaz / Pedro Piñate
Sigo pasillaneando y a medio camino me parece escuchar la Tonada del Cabestrero de Simón Díaz, pues me siento, aunque voy, “como puntero en la soledad que camino del Llano viene”.
Por los caminos del Llano ando a menudo en mis pensamientos y en soliloquios vuelvo a el, es maravilloso. Mi cuerpo siento entonces hacia el volar y la mente y los sentidos afino. En una sabana ancha y generosa me veo montado a caballo, con las aves en su algarabía dándome la bienvenida. Sueño despierto lo sé no estoy dormido, cabalgando el potro brioso de mi destino. Ansioso de hallarlo antes que me encuentre y sorprenda, apuro la marcha y por ratos galopo a rienda suelta. Tras el camino andado creo lo alcanzo si no fue el que me esperó, pero como en la vida real, cada vez que lo encuentro se vuelve a alejar. Borroso cual espejismo sabanero, mi destino aparece a lo lejos esperándome en el horizonte.
Es verano y el sol llanero no calienta sino quema. La porfia me mantiene cabalgando sin parar. De paso por un estero a media agua, me alegran la vista varias garzas blancas, chusmitas y morenas, de una garza paleta, de un garzón soldado y de decenas de corocoras rojas. También veo patos y babos, pero ningún chiguire como enantes cuando la fauna llanera en muchos hatos se cuidaba y la propiedad privada se respetaba. La cacería furtiva no para es por falta de autoridad. Esto además de la falta de querencia que todo venezolano debe sentir y tener por nuestra tierra, fauna, flora y ambiente, hoy tan depredados hasta por el Estado. El mismo que a principios de los 2000 comenzó expropiando los hatos más productivos y veinte y un años después de arrasar con casi todo, hasta el oro en la Gran Sabana saquea.
Sigo pasillaneando y a medio camino me parece escuchar la Tonada del Cabestrero de Simón Díaz, pues me siento, aunque voy, “como puntero en la soledad que camino del Llano viene”. Un par de alcaravanes la interrumpen gritando y alertando a nuestro paso. Desde lejos cantando en un bosque, oigo unas bulliciosas guacharacas que no alcanzo a ver. También escucho el aullido inconfundible de los monos araguatos. Una banda de alegres pericos me pasa rauda volando y prosigo. Quisiera toparme con un venado caramerudo, pero entonces estaría soñando no despierto, continuando en mi soliloquio. Menos alcanzaré a ver un jaguar o un cunaguaro, y de los picures y báquiros solo oiré en relatos. Que pena. “Tenemos mucho que hacer en materia de conservacionismo de nuestra fauna y flora llanera” me digo en voz alta, prometiéndome escribir al respecto, para que los compatriotas se sensibilicen.
A casi terminar mi cabalgata recuerdo fue mi abuelo materno y ganadero, don Víctor Bermúdez Rodil, quién me enseñó a querer el Llano. Con el tiempo trabajando en la ganadería más me ataría. Hoy cuando el COVID-19 nos mantiene cuarentenados en casa, para explicar este soliloquio escrito, confieso estar anímicamente como el “Caballo Viejo” de la canción de Simón Díaz: ¡esperando me den sabana!
Pedro Piñate